Con un gesto amargo
se bebió la última gota. La música resonaba aún en la habitación
y él se debatía entre el llanto y la sonrisa. ¿Cómo puede tener
la vida sucesos tan inexplicables? ¿Cómo nos las ingeniamos para
hacer de tantos disparates y sucesiones inconexas un todo coherente?
¿Cómo le hacemos para arrastrar detrás nuestro una historia, y a
su lado una amalgama de sueños y temores? ¿Para subvertir el cariño
en desconfianza, el afecto en rabia, el deseo en soledad? Construimos
ídolos, puentes, antagonistas, compañeros, admiradores. ¿Con qué
objeto, persiguiendo qué finalidad? Entretenernos, quizás. Acabar
con el tedio. Acoplarnos a esa masa de información y experiencias
que llamamos comunidad humana. Acercarnos a esos curiosos personajes
por los que sentimos tanta atracción, tanta curiosidad y a veces (¿por qué no?), tanta magnética repulsión: las personas. Tan cerca de nosotros,
enormemente parecidas a un tiempo, inquietantemente diferentes al
instante siguiente.
Azotó el vaso contra la superficie de la mesa y arqueó la espalda con alivio. Lo cierto es que le resultaba exasperante vivir la vida entera pidiendo y necesitando cosas distintas, a veces incompatibles entre sí. Le eran necesarios los momentos de soledad tanto como los de comunión con otros, el contacto físico tanto como un espacio y distancia razonables respecto a los demás. Gozaba del silencio y los momentos de reflexión, pero también acudía desesperado al estruendo, al diálogo y al espacio de locura de la fiesta. Carajo, ¿por qué los sentires respecto a los otros no podían mantenerse jamás en su lugar? A las personas las añoraba, las ignoraba, las deseaba, les recriminaba, las necesitaba, las consolaba, les perdía la paciencia, las admiraba, les rehuía, las buscaba, les exigía, las lastimaba, las comprendía, les proponía, las perdonaba: un auténtico carrusel esquizofrénico en unas pocas horas. Entre él, ellas y las circunstancias, no se las arreglaban ni la mitad de las veces para mantenerse en buenos términos, para realizar lo acordado, para permanecer en una sintonía mínima. Qué utopía, entonces, esa de pretender alcanzar acuerdos estables y perdurables entre seres con características como las humanas: volátiles, cambiantes, impredecibles y sobre todo inconstantes... La filosofía política y la ética –concluyó resignado– podían irse muy a la mierda esa noche. Pero esa noche, esa noche nada más.
En eso se quedó pensando, mientras sumergía otro pedazo de galleta en su segundo vaso de leche. Por hoy, ni él ni la galleta daban para más. Había llegado el momento de disolverse.
Azotó el vaso contra la superficie de la mesa y arqueó la espalda con alivio. Lo cierto es que le resultaba exasperante vivir la vida entera pidiendo y necesitando cosas distintas, a veces incompatibles entre sí. Le eran necesarios los momentos de soledad tanto como los de comunión con otros, el contacto físico tanto como un espacio y distancia razonables respecto a los demás. Gozaba del silencio y los momentos de reflexión, pero también acudía desesperado al estruendo, al diálogo y al espacio de locura de la fiesta. Carajo, ¿por qué los sentires respecto a los otros no podían mantenerse jamás en su lugar? A las personas las añoraba, las ignoraba, las deseaba, les recriminaba, las necesitaba, las consolaba, les perdía la paciencia, las admiraba, les rehuía, las buscaba, les exigía, las lastimaba, las comprendía, les proponía, las perdonaba: un auténtico carrusel esquizofrénico en unas pocas horas. Entre él, ellas y las circunstancias, no se las arreglaban ni la mitad de las veces para mantenerse en buenos términos, para realizar lo acordado, para permanecer en una sintonía mínima. Qué utopía, entonces, esa de pretender alcanzar acuerdos estables y perdurables entre seres con características como las humanas: volátiles, cambiantes, impredecibles y sobre todo inconstantes... La filosofía política y la ética –concluyó resignado– podían irse muy a la mierda esa noche. Pero esa noche, esa noche nada más.
En eso se quedó pensando, mientras sumergía otro pedazo de galleta en su segundo vaso de leche. Por hoy, ni él ni la galleta daban para más. Había llegado el momento de disolverse.
Interesante entrada.
ResponderEliminarPor eso es más divertido (a veces) ser galleta y nadar en ese vaso.
Me alegra saber que sigue vivo el espíritu blogger.
Un saludote, Santis.