Adolescentes. Aquí hay uno presente. En su último año antes de graduarse. Nine-teen. Sí, nada más y nada menos que siete años en la escuela de la adolescencia. Y probablemente me quede un rato más, porque tengo la certeza de que reprobé un par de años.
Adolescentes: criaturas verdaderamente horrorosas. Temibles, abominables: perros con rabia. Gatos con miedo. Gorilas narizones. Piojos sin cabeza que picar. Estrellas con reflectores ficticios, inconformes con la luz que ellas mismas emanan. Pájaros sin jaulas incapaces de volar. Sonrisas chimuelas ultra-blanqueadas.
Hablando lenguajes con códigos rebuscados e inútiles: pero la culpa la tienen todos los que no quieren entendernos. Porque cada uno de nosotros tiene cosas muy importantes que decir: ningún corazón se ha desangrado como el nuestro. No hay soledad que se compare con la de nuestras noches. Nadie con nuestra sensibilidad, con nuestro tacto fino y original. Ni un solo amor comparable con el que nosotros protagonizamos. Convencidos, en fin, de que en algunos años habrá media decena de biógrafos especializados en los sitios en que cayeron los finos vellos de nuestras doradas axilas.
Pero eso sí: nadie, nadie con nuestros miedos. Alertados por que se olfatee nuestro temor desde la distancia, nos enfundamos en elegantes atuendos o gruñimos con distinción a todo aquel que pasa cerca de nuestro territorio. Miramos con desdén lo que es distinto a nosotros y aprobamos con magníficos aplausos todo aquello que se nos parece. Somos los maestros del circo del absurdo: escuchamos ovaciones desde las gradas vacías y nos cubrimos la cabeza cuando de éstas nos lanzan proyectiles endemoniados. Parados allí en el escenario, sin hacer nada concreto, pensando que quizás alguien entenderá lo sublime del acto de mirarse en el espejo sin interrupciones.
Basta ya, que seguir confesando las perversiones del grupo al que pertenezco, además de una posible exclusión de éste por parte de mis colegas, conllevaría un interminable listado que uno no está dispuesto a realizar a las dos y cuarto de la madrugada.
heei santi, interesante reflexión y caray... por lo menos sho te puedo mencionar que en mi recatada taza de café nunca faltará (:
ResponderEliminarQuerido amigo, como siempre la dolorosa experiencia nos alcanzó, fuimos como tantos que negaron la exitencia de una incomoda etapa, sin embargo llegó, nos pegó y ahora las cosas estan solo para mejorar, hay al frente un gran camino, imaginate, nos espera intentar pasar los cuarenta sin depresión!
ResponderEliminarK hongo... trataré de tomar tu reflexión kmo realismo en vez de pesimismo.. sólo una duda: ¿Por qué el viejito es verde? Lo bueno es k a mi no m gusta el licor, jeje, tndré k elegir otra bebida...
ResponderEliminarPájaro genial, escribe más, escribeme, cuéntame lo que piensas en letras, estaré siempre dispuesta a leerte!!
ResponderEliminarAmo el café !(el licor... no es lo mío) Será que me estoy convirtiendo en una señora amargada con cara de asterisco? Te tendré presente la noche de hoy (En mis buenos y NADA lascivos pensamientos... lo sabes) y mañana te comentaré... mañana.. mañana.... mañana...
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