jueves, 28 de mayo de 2009

De viejos verdes y chorritos de licor

Adolescentes. Aquí hay uno presente. En su último año antes de graduarse. Nine-teen. Sí, nada más y nada menos que siete años en la escuela de la adolescencia. Y probablemente me quede un rato más, porque tengo la certeza de que reprobé un par de años.

Adolescentes: criaturas verdaderamente horrorosas. Temibles, abominables: perros con rabia. Gatos con miedo. Gorilas narizones. Piojos sin cabeza que picar. Estrellas con reflectores ficticios, inconformes con la luz que ellas mismas emanan. Pájaros sin jaulas incapaces de volar. Sonrisas chimuelas ultra-blanqueadas.

Hablando lenguajes con códigos rebuscados e inútiles: pero la culpa la tienen todos los que no quieren entendernos. Porque cada uno de nosotros tiene cosas muy importantes que decir: ningún corazón se ha desangrado como el nuestro. No hay soledad que se compare con la de nuestras noches. Nadie con nuestra sensibilidad, con nuestro tacto fino y original. Ni un solo amor comparable con el que nosotros protagonizamos. Convencidos, en fin, de que en algunos años habrá media decena de biógrafos especializados en los sitios en que cayeron los finos vellos de nuestras doradas axilas. 

Pero eso sí: nadie, nadie con nuestros miedos. Alertados por que se olfatee nuestro temor desde la distancia, nos enfundamos en elegantes atuendos o gruñimos con distinción a todo aquel que pasa cerca de nuestro territorio. Miramos con desdén lo que es distinto a nosotros y aprobamos con magníficos aplausos todo aquello que se nos parece. Somos los maestros del circo del absurdo: escuchamos ovaciones desde las gradas vacías y nos cubrimos la cabeza cuando de éstas nos lanzan proyectiles endemoniados. Parados allí en el escenario, sin hacer nada concreto, pensando que quizás alguien entenderá lo sublime del acto de mirarse en el espejo sin interrupciones. 

Basta ya, que seguir confesando las perversiones del grupo al que pertenezco, además de una posible exclusión de éste por parte de mis colegas, conllevaría un interminable listado que uno no está dispuesto a realizar a las dos y cuarto de la madrugada.

Sólo una última advertencia, jóvenes. No alimenten Ilusiones (no le den de comer a esas señoras obesas que engordan y engordan mientras más comida les pones enfrente): no vienen tiempos mucho mejores… Con seguridad acaberemos como descarados viejitos verdes o quisquillosas señoras que vierten con discreción un chorrito de licor en su recatada taza de café vespertino. 

martes, 5 de mayo de 2009

Crecer

Una noche solitaria de tristeza honda.

Si ahora divisara a alguien a la redonda,

pegando un grito al aire le tendría que decir:

amigo, ¡acompáñame que no puedo dormir!

 

Crecer

 

Crecer. ¿Qué es crecer? Esperar en la parada del autobús para que el camión nunca llegue, dar una vuelta inesperada en la gran avenida para detener al microbús que está a punto de seguirse de largo. Emocionarse hasta las lágrimas pero ser capaz de contenerlas, haciendo que tus párpados ligeros puedan sostener mares enteros: agua y sal.

Admirar la sabiduría del viejo sin poder ponerla en práctica, como él mismo no pudo hacerlo en su momento.

Un cielo gris pinchado con alambre de púas, una naranja madura cayendo sobre la hierba verde.

Aventurarse en proyectos que de antemano se sabe, permanecerán inconclusos.

Una indigestión en el corazón y pensar que medio año es ya toda la vida. Temerle a lo que uno ya conoce y ser descarado frente a lo oculto. Balbucear palabras sin poder contenerse, como si cada sílaba arrojada al azar calmara las ansias de la incertidumbre y el pasmo del desconcierto.

Jugar a ser el rey del mundo en el interior de una fiesta, para salir al jardín por un poco de aire fresco y llorar por viejos amores.

Ensayar, hacer de las equivocaciones grandes tragedias y de los pequeños aciertos heróicas hazañas. Permanecer la noche entera en vigilia, aunque se sepa con certeza que el desvelo acabará por causar enormes estragos.

Ser ciego respecto a cualquier proporción o dimensión. Nuestros cálculos son tan sensatos como nuestros deseos y miedos: vemos un incendio voluptuoso en una chispa accidental y decimos del estruendo del terremoto que sólo fue ligera sacudida.

Quemar las cartas cuyas cenizas se guardarán después con recelo y añoranza. Abrir los ojos con extrañeza y ser incapaz de entender porqué no te destroza un meteorito. Desbordarse en silencio o aparentar darlo todo sin entegar un solo latido de corazón.

Encontrar un día que tu alma antes blanda y sin textura tiene ya un par de sutiles e inexplicables cicatrices.

Formar parte de una carrera involuntaria, ser partícipe de una marcha que te arrastra inevitablemente, sin tregua, como si fueras la exhausta manecilla de un reloj incansable. 

Crecer, en fin, es no darse cuenta de que uno está creciendo…



¿Qué más dirías tú que es crecer?