jueves, 4 de octubre de 2012

El cangrejo y su costal gelatinoso

No sabes si cantarle o reclamarle a la vida, y no sabes si se lo quieres decir en inglés, en español, o sencillamente con una mirada larga y franca de aporías e indeterminación. Alguna vez un preso hizo de los barrotes de su celda una gran garrocha con la cual voló por encima de las colosales bardas de su prisión, y en otra ocasión alguien escapó de una historia interminable en el mismo momento en que decidió no escribir ese feroz y demandante punto y aparte. 
Las palabras, las nociones, los conceptos, las experiencias, los días y las enseñanzas se acumulan sobre ti, en ese pequeño costal gelatinoso que ocultas discretamente bajo el cabello. Te repites que ahora estás mejor preparado para la vida que antes, pero a veces piensas que eran mejores esas tardes persiguiendo papalotes caprichosos y atravesando ríos caudalosos con un solo salto que alcanzaba para ir de orilla a orilla. Hasta hace poco hubieras preferido un mundo en el que libertad y responsabilidad no fueran de la mano, y en donde las constelaciones celestes fueran partícipes activas de tus enredos amorosos. Un mundo en donde los discursos políticos te aburrieran en vez de apasionarte, y las largas horas transcurridas entre tabaco, alcohol e interminable palabrerío te parecieran un absurdo sinsentido masoquista. 
Pero ahora abrazas esquemas organizacionales y conceptos razonables, hoy te guías por principios sensatos y persigues causas justas. Los placeres no son más que merecidas recompensas, hallazgos inesperados, meteoritos extraviados que caen cada año bisiesto en tu jardín. Te llegó ya la hora de calibrar, de calcular, de acomodar y de preparar para el siempre hambriento e insaciable mañana. Se te reprocha ya cualquier descuido, vaguedad, impuntualidad y torpeza. El mundo humano no espera ni perdona al que no se amolda, al que no se cuadra o no aprende las reglas del juego, al que no tiene una muy, pero muy, buena excusa. 
 Allí vamos, como cangrejos temerosos, metiéndonos siempre dentro de los parámetros, criterios, estándares y cánones establecidos, fijados, acordados y dispuestos. Llegó ya nuestra hora de aportar soluciones prácticas y desarrollar condiciones crónicas, de ganarnos el pan de cada día y referirnos cuando menos al diccionario para cualquier aclaración sintáctico-semántica; de asombrar a la comunidad científica con novedosos postulados o escandalizar al mundo del arte con propuestas indecorosas, y de estrechar pinzas extrañas con la firmeza apropiada o reír puntualmente –con cronómetro en mano– después de un chiste de buen gusto. Y no, no es que sea ni de lejos el peor de los mundos posibles que me pueda yo imaginar, pero a veces preferiría derrochar cada una de las tardes que me restan persiguiendo caprichosos papalotes...