miércoles, 25 de abril de 2012

Peces plumíferos

¡Oh, gran misterio de ser humano! Hablamos por hablar. Tal vez, hablamos por hablar. ¿Qué importa si hablamos por hablar? ¿Qué nos importa? Encerrados en el extraordinario mundo de las posibilidades. Activados por los más incognoscibles, impredecibles resortes.
Un pasillo con luz que vuelve claros y distintos a quienes lo cruzan. Una puerta azul que simultáneamente distorsiona sus figuras y las llena de zig-zageos inesperados. Cada instante nos presenta al mundo con una curvatura distinta. Los odiosos maestros que acaparaban el estrado se tornan ágiles siluetas que desaparecen con una sonrisa de la mirilla por la que espiamos al mundo. O lo admiramos, según el día.
La deslumbrante mujer que hacía nuestras rodillas tiritar con el decidido timbre de su voz es arrastrada por inesperados centros de gravedad a parajes en donde no nos reconocemos ya.
Las ideas surcan el cielo neurológico con presteza y vanidad. Dejan su rastro con la esperanza de que nos encaprichemos en su persecución. Como anzuelos aéreos, buscan pescarnos de nuestro aburrimiento, sorprendernos en nuestro escondite de algas parsimoniosas. Y nosotros, crustáceos con alas, encendemos el motor y jugamos a los detectives con la gabardina sobre las plumas y la lupa entre las garras.
Pero volteamos la página y entonces regresa la lentitud de quien viaja con equipaje. Aterrizamos porque la gente espera impaciente sus maletas en la banda 3. El descenso se confabula con la implosión. Regresamos a los límites, a las pieles y los pliegues, a los espacios de siempre que tan poco nos echaron de más. Arrancar, o sentir la arena disolverse entre los pies. Bucear en las profundidades de nuestra  taza de café o tomar de la mesa un sobre de azúcar, y vertirlo con delicadeza en la laguna oscura de nuestra tarde sin contratiempos que mantiene aún el deseo de ser un poco más dulce.
El avaricioso enano mitológico decide tomarse un pequeño descanso. Cada vez es más el trabajo requerido para extraer de entre las betas un poco de su preciado me(n)tal. La niebla nos adormece y nos disocia con lentitud. Naufragamos al momento mismo en que la tierra se queda sin mar. El combustible renuncia a estar al servicio de otro. La gasolina exige ahora que el automóvil la impulse y las calorías piden a gritos su partido de fútbol mientras queman humanos. Volvemos al lento vaivén de las nociones, las coherencias y las horas. Se interrumpe la marea hasta nueva luna. Se despide la luna hasta próxima noche. Se retira la noche hasta el cuento siguiente.